jueves, 15 de noviembre de 2012
VIDAS PASADAS
Yo me pregunto, prácticamente cada día, por qué el tema de la reencarnación y de vidas pasadas incomoda a tanta gente, que niegan terminantemente que sea cierto, o a lo sumo, te miran con una sonrisita indulgente, como conmiserándote. Lo grave del asunto es que muchos profesionales actúen así, mentes cerradas que no se acuerdan que el ser humano progresó a base de dudar de lo anterior. ¿Qué, sino las dudas les han permitido al ser humano evolucionar? Si hubiésemos dado por definitivo todo lo que está escrito, estaríamos aun en la Edad Media, clavados en el estancamiento. Entonces ¿por qué el empecinamiento en definir “cuentos, hipótesis sin fundamento”, todo lo relacionado con vidas pasadas? Más abajo, pondré un articulo que me espeluznó, por ello me pregunto cómo, ciertos psicólogos, pueden preferir que un paciente se le suicide, antes de abrir su mente a ciertas posibilidades. Yo, como parapsicóloga, si alguien llega diciendo que escucha voces, pienso que puede ser un canal de seres superiores, pero no excluyo que pueda ser un paranoico. Pero, a parte una psicóloga amiga con la que trabajo, no he tenido ni un solo paciente remitido por un colega que quiere excluir cualquier posibilidad, antes de dictar sentencia. ¿Por qué les causa tanta incomodidad? ¿Será porque es más fácil echarle la culpa al destino de nuestros errores, ya que de la otra forma debemos asumir la responsabilidad de haberlos cometidos? ¿O es puro y simple engreimiento, que no le permite admitir que pueden estar equivocados? No lo se, pero les puedo jurar que por mi consultorio han pasado varias personas confundidas y desubicadas, a las que a Dios gracias, les he podido dar una esperanza. Les ruego que sigan leyendo, y saquen sus conclusiones…
Sacado de la revista ”Impacientes”,( edición 84, año 8.)
Luis siempre fue un chico callado. Aunque no me parecía normal esta actitud, él me decía que no me preocupara, pues su silencio se debía a que imaginaba mundos y miles de historias fantásticas que un día llegaría a plasmar en un libro.
Y es que no le gustaban los deportes, ni bailar o ir a fiestas, y los compañeros que venían a la casa solo hacían trabajos grupales, que generalmente terminaba haciendo Luis, ya que era uno de los mejores alumnos del colegio.
“Mamá no te preocupes, me gusta ser solitario, porque estoy disfrutando de mi mundo particular”, me decía.
Una vez lo encontré llorando, sentado en una esquina de su cuarto. Cuando le pregunté que le pasaba, me respondió que él no había pedido venir a este mundo, que no se sentía parte de él. Yo ni siquiera sabía exactamente a qué se refería, así que lo abracé muy fuerte y le dije que era un chico muy especial, y que podía contar conmigo ante cualquier problema que tuviese, así como también con su padre, quién estaba capacitado para orientarlo, a pesar de tener otro núcleo familiar, ante cualquier dificultad que lo estuviera perturbando. Pero Luis siempre me refutaba que no era eso, que yo no entendía lo que le pasaba, y seguía llorando en forma desconsolada.
En una oportunidad, pasó todo el día encerrado en su cuarto, sin querer comer o salir a ver televisión. Tanta fue mi desesperación, que tomé las llaves de seguridad y entré a la habitación: lo encontré leyendo varios libros de la biblioteca del colegio, que relataban historias de Caracas de principio del siglo XX. Cada vez que pasaba una página, sus ojos le brillaban mucho más, y una sonrisa se formaba en su boca.
Tras esta escena, lo llevé a un psicólogo, quién después de varias secciones en privado con Luis, me informó que mi hijo estaba sufriendo delirios: juraba que su alma pertenecía a otra época, tanto que podía reconocer viejas calles y veredas de Caracas. También aseguraba que había pasado por varias vidas, por lo que las clases que estaba recibiendo en el liceo, eran para él un simple repaso. El médico indicó antidepresivos, según él la terapia más indicada. Y así fue como Luis comenzó un tratamiento, el cual lo ponía como lento y le aumentaba drásticamente el apetito, pero también lo dejaba más sereno.
El especialista me decía que lo veía más animado. Lo estimulábamos para que tomara parte en tareas deportivas, por ello comenzó a montar bicicleta, a participar en los montajes teatrales del colegio, y a asistir a reuniones en casa de sus compañeros. Pero ¿como iba yo a imaginar que en esas reuniones humillaban a mi hijo por sus avanzados conocimientos de historia, y por su gusto por la lectura? Él nunca me dijo nada, y yo no sospechaba que algo andaba mal. Una tarde, limpiando debajo de su cama, vi unas pastillas en el piso y comprendí que eran las pastillas que le había mandado el psicólogo. Él dijo que se le habían caído, y yo no profundicé… Confié, quise creer que todo seguía bien… Y una noche lo observé en un rincón de su cuarto con uno de sus libros de historia… esta imagen no me gusta recordarla, así no quiero recordar a mi hijo.
Ahora Luis es para mí el ángel que me protege y guía mi camino. A veces pienso que era verdad lo que me decía: que había pasado por muchas vidas y que este mundo no le gustaba. Así lo leí en un libro sobre espiritualidad y metafísica. Sé que pude sonar extraño, pero creo que es factible, además, si creo que el alma de mi hijo no quería estar en este tiempo, entonces sentiré que él ahora está más tranquilo descansando en un universo paralelo. Es verdad, suena a locura, pero es lo único que hace que mis nervios se tranquilicen y me imagine a mi hijo como ese ser especial que siempre fue, y que nadie llegó a comprender porque era una persona tan inteligente y madura que no encajaba en la actual adolescencia, que lamentablemente está llena de vicios y superficialidades…
jueves, 9 de agosto de 2012
MIEDOS
El ser humano nace en situación de extremo desamparo, por tanto el miedo es un sentimiento natural, activado por el instinto de conservación. El instinto nos pone en guardia frente a un peligro, de modo que, si no hay un motivo real que lo justifique, el miedo es algo ilógico, creado por nuestra mente. Por lo general, vivimos paralizados por una cantidad de turbaciones programadas: a ser abandonados, a la muerte, al fracaso, a perder nuestro trabajo o nuestros bienes, a ser robados o rechazados. Y un sinfín de otros motivos. Aunque parezca paradójico, muchas veces le tememos también al éxito, al triunfo o la felicidad. Tanta aprensión, no nos deja disfrutar de nuestro presente, pues siempre nos proyectamos hacia situaciones hipotéticas que tal vez nunca sucederán. Por ejemplo ¿qué son los celos sino miedo al estado puro? Miedo de que la pareja deje de querernos, o se canse y se vaya, o de que se enamore de otra persona. Y mientras perdemos tiempo en espiarlo, revisarle el celular, contarle cada paso, estar pendiente de cada una de sus miradas y en discutir, envenenamos la relación y dejamos de disfrutar momentos agradables y hermosos. Personalmente, creo que los celos son sentimientos que no caben en una relación madura, por una razón bien sencilla: si no hay motivos concretos y visibles que despierten nuestra suspicacia ¿para qué buscarle las cinco patas al gato? Y si hay motivos, si él (o ella) se enamoró de otra persona, entonces la relación no está funcionando, por tanto no vale la pena seguir manteniéndola. También hay padres que sofocan a sus hijos por miedo. Cada edad tiene unas etapas que los chicos deben quemar sanamente. Pero si les prohibimos hacerlo, por miedos excesivos, terminan queriendo experimentar a escondida de los padres, y ahí sí corren peligro de caer bajo el influjo de alguien más experimentado, con consecuencias a veces desastrosas. Lo mejor es entablar con ellos una relación clara desde pequeños, hacerles comprender que creemos en ellos, y por esto le damos nuestra confianza, permitiéndole hacer cosas que la edad amerita, ni más ni menos, manteniendo bajo control nuestra natural aprensión.
Ya que el miedo tiene como objetivo evitar peligros, sirve de mecanismo para frenarnos, impidiéndonos realizar acciones imprudentes. Pero hasta ahí es necesario, pasado este limite, solo sirve para paralizarnos a la hora de avanzar. Hay personas que no ponen en práctica ideas, a veces brillantes, por miedo a fracasar. Otras viven toda la vida dependiendo de un empleo, sin tener el coraje de independizarse o de invertir algún dinero para intentar aumentar el capital. Y la verdad es que nunca sabremos el resultado si no lo intentamos.
Cuando hay dudas sobre si intentar o no cierta acción, es aconsejable que analicemos bien qué nos frena. Y si descubrimos que solo son miedos, debemos tratar de superarlos y darnos el permiso de actuar.
viernes, 15 de junio de 2012
ESCRITO EN LA SANGRE
¡Mi novela "Escrito en la sangre ya está en venta!
Una apasionante historia de amor, que los cautivará.
Aquí un breve extracto
Alexander, hijo del conde de Wobster, se vio despojado de su título y su posición por su primo Christopher, quién además le roba a Vivian, la mujer que ama.
La única prueba de Alexander para recuperar su título y a Vivian la lleva en la sangre, pero su destino está plagado de misterios y mentiras que lo alejan de lo que le corresponde por propio derecho.
Vivian no comprende la diferencia entre el amante que la hizo mujer, y este otro que se acuesta con ella noche tras noche, indiferente a sus encantos, y centrado solo en su rápido placer. ¿Que le pasa a Christopher? Su comportamiento se vuelve cada día más incomprensible, aturdiéndola, mientras el amor que siente por Alexander crece a la par que sus dudas. ¿Qué secreto esconde Susan?¿Y por qué lady Clarissa está tan resentida con ella?
Un asombroso giro de los acontecimientos lleva a los protagonistas a un fatal e inevitable desenlace.
El que quiera adquirir el formato electrónico, puede hacerlo, en Venezuela, por el tlf. 0414-2716797 y al exterior:
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jueves, 14 de junio de 2012
AMOR
Una madre que observa sonriente a su hijo, un hombre que abraza a su pareja, alguien que acaricia a su perro, la joven que le ofrece el brazo a un anciano, para sostenerlo mientras camina… Todos, si bien de diferentes formas, están manifestando el mismo sentir: amor, el sentimiento más importante de los seres humanos, inherente a nuestra misma naturaleza. Amor, sublime impulso de Dios, energía que mueve los mundos, que todo lo crea, transforma, eleva...
Es lamentable que el caudal de sentimientos instintivamente amorosos de un bebé sean, poco a poco, reprimidos por los adultos debido a las exigencias de la sociedad, que ha instaurado ciertos patrones de conducta, fundados en el egoísmo.
Todos los pensamientos del ser humano, palabras y acciones deberían estar basados en el amor, pues precisamos sentirnos apreciados, respetados y comprendidos para convivir armónicamente y poder así participar con el corazón de las alegrías de familiares y amigos. Todos necesitamos que nos manifiesten cariño, cercanía, afecto, y todos necesitamos mostrarlo. Nada puede sustituir la calidez de un abrazo, la ternura de una caricia o el brillo de una mirada.
El deber de amar comienza con nosotros mismos, para poder expandir este sentimiento hacia nuestros semejantes y el medio ambiente que nos rodea, por eso es necesario establecer limites y mantenerlos firmemente, respetándonos, sin permitir que el otro viole nuestros derechos personales.
Amar significa dar, compartir, comprender, servir, convivir y respetar. Amar significa manifestar bondad, compasión y afecto, y si todos actuáramos bajo estos preceptos conoceríamos la paz y la alegría de vivir. Amar es comprender a otro ser humano sin juzgarlo ni descalificarlo, aceptar sus decisiones sin condenarlas, respetarle el derecho inalienable de elegir su propio camino, es darle la libertad para que se descubra a sí mismo, luego aceptarlo sin condiciones. Es valorar la otra persona por ser como es, no como nos gustaría que fuera, perdonando sus faltas y errores y ofreciéndole nuestra mano para ayudarlo a levantarse cuando cae, sin recriminaciones. Amar es mirar más allá de la expresión física de un ser humano, y encontrar aquella esencia pura y universal, es encontrar las palabras justas para expresar nuestro enfado sin ofender al ser querido, poder manifestar lo que molesta e incomoda sin herirlo o lastimarlo. También es compartir y disfrutar las alegrías y aceptar las discrepancias. Y finalmente, si llega a ser necesario, es ser capaz de despedirte en paz y en armonía, de modo que ambos puedan recordar con gratitud los momentos compartidos.
Finalizo con un hermoso pensamiento de Kahlil Gibran:
Durante mi juventud el amor será mi maestro;
En la madurez, el amor será mi ayuda;
Y en la viejez, el amor será mi encanto
martes, 22 de mayo de 2012
Resentimiento y perdón
La palabra rencor se puede traducir con “estar resentido, dolido con alguien por alguna razón”, e implica pensamientos de hostilidad hacia esa persona que, ya sea sin querer o adrede, nos ha causado daño. El grado de resentimiento que se crea muchas veces genera deseos de pasar a la acción para castigar al otro, en pago al sufrimiento que se nos ha provocado. Todo esto afecta nuestra vida, pues trae impresiones de infelicidad que enferman nuestra alma y nos impiden vivir armoniosamente.
Si reflexionamos un poco, todos tenemos algún motivo para estar resentido con alguien. Tal vez nos maltrataron siendo niños, o ya de adultos, nos hemos visto obligados a aceptar un trato negativo, sin poder expresar nuestros sentimientos de dolor y frustración. A veces nos vemos humillados o avergonzado por una persona cuya meta era rebajarnos, o somos rechazados, objeto de discriminación y prejuicios. ¿ Y cuantos no han visto como otros se lucran de sus ideas innovadoras y reciben los méritos que ellos merecían? ¿Cuantos no son ignorados, despreciados, y rechazados por una persona o grupo por quienes hicieron sacrificios?
Motivos para estar resentidos hay por montones, y si bien todos son justificados, los únicos que salimos lastimados somos nosotros mismos, pues se ha definido el rencor como “un veneno que tomamos para tratar de dañar a otro”. Cuando estamos resentidos, estos sentimientos negativos se adueñan del alma e dirigen nuestros pensamientos, sueños y deseos. Por tanto, el objeto del rencor es quién dirige nuestras vidas.
¿Cómo salir de este círculo de dolor? Solo hay un camino y es perdonando.
Perdonar no es fácil. Tampoco es cosa que se logra en un día, sino un ejercicio diario de pensamientos amorosos que deberemos enviarle al ser que nos ha lastimado. Es un acto de amor tan profundo que implica centrar en él todos nuestros pensamientos y esfuerzos, porque ¿Cómo podemos pensar en amar a quién nos hizo daño?
Un buen ejercicio inicial, es ponerte en el lugar de tu enemigo. Véalo en su lucha cotidiana por sobrevivir, con sus flaquezas y errores, observa las marcas que la vida ha dejado en su rostro, comprende sus miedos, pues en definitiva quién ataca a otro lo hace por miedo. Tu enemigo es un ser tan frágil como tu mismo, está sometido al mismo stress que aqueja tu vida, a la misma presión del entorno. Y si en algún momento tuvo el poder suficiente para herirte, tal vez lo hizo para fortalecer un poco su tambaleante autoestima.
Es verdad. Todo esto no le da el derecho de lastimar a otro, pero ya el daño está hecho, solo queda decidir si este daño seguirá dominando tu vida o estás dispuesto a dejarlo ir y retomar el control de tus pensamientos.
Otro, estar pendientes del rumbo que toman estos pensamientos. En cuanto nos damos cuenta que nuestra mente se centró, una vez más, en rumiar viejos rencores, apresurémonos a cambiarlos, sustituyéndolo por pensamientos positivos y constructivos.
Perdonar no significa exponernos a ser herido nuevamente, menos todavía por la misma persona. Todos los hechos que rodean nuestra vida nos sirven de experiencia, por tanto, las heridas que nos infligieron deben enseñarnos a ser fuertes y a hacerle frente a otra situación parecida que puede presentarse, manteniendo siempre presente que el resentimiento se acumula por no haber sabido responder a tiempo. Así que, de ahora en adelante, cada vez que alguien intenta atropellarnos, hablaremos, con paciencia y amor, pero sin callarnos el dolor que nos están infligiendo.
Y finalmente una sugerencia: reflexiona sobre estas palabras que repetimos por hábito, sin darnos plenamente cuenta de su significado: perdona nuestras deudas Señor, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…
lunes, 26 de marzo de 2012
RESPIRACIÓN
Una de las estrategias más sencillas para manejar las situaciones estresantes es controlar adecuadamente la respiración. Por instinto sabemos que así es, pues en situaciones críticas nos encontramos respirando profundamente sin proponérnoslos. Es que de esta forma tratamos de controlar los aumentos de las actividad fisiológicas provocados por la tensión.
En el acto de inspirar e respirar, deberíamos expandir completamente nuestros pulmones para renovar el aire allí aprisionado, pero hábitos y posturas incorrectas alteran la capacidad de hacerlo, hasta deformar esta función. Llevados por el ritmo de la vida actual, mantenemos los músculos tensos, respirando breve e incorrectamente. La costumbre de “meter la barriga”, es otro ejemplo que nos lleva a respirar en forma equivocada, activando solamente la parte superior de los pulmones.
Una de las técnicas correctas de respirar es la diafragmática.
El diafragma es un músculo situado en la base de la caja torácica, que al expandirse y contraerse, genera un efecto de vacío, empleando la fuerza abdominal para llevar aire a los pulmones.
Sabemos si estamos respirando correctamente (activando el diafragma) observando nuestro abdomen: al inspirar éste si hincha, al espirar el estomago desciende.
Si intentamos respirar profundamente, la mayoría de nosotros no lo logramos. Nuestros pulmones no están acostumbrados a expandirse constantemente, su capacidad está algo atrofiada.
Al respirar correctamente, no solo consumiremos menos energías, sino que lograremos otras ventajas, pues:
La respiración abdominal es un antídoto muy bueno contra la fatiga, la depresión o los estados de stress y tensiones, o el trabajo de oficina muy intensivo. Mejora la digestión y el funcionamiento de órganos internos, facilita la circulación venosa y la mejor captación de oxigeno por la sangre.
No olvidamos que, durante siglos, los yoguis han afirmado que respirar correctamente es sinónimo de una vida larga y sana.
domingo, 5 de febrero de 2012
¿Soy o no soy masoquista?
A veces me asombra la facilidad con la cual, ciertos profesionales, diagnostican aplicando términos de libro de texto, los cuales, más que explicar cierto comportamiento asumido por el paciente, lo denigra sin ayudarlo. Hace poco, llegó a mí consultorio, una dama cincuentona, que comenzaba a padecer una alarmante depresión. Sostenía una relación enfermiza con el hombre con el que estaba casada desde hacía treinta años, aceptando un sistemático vapuleo psicológico, del cual ni conciencia tenía. Según ella, el esposo poseía “un carácter fuerte”, que siempre había admitido, puesto que así son ciertos hombres. A pesar de las conquistas de las mujeres, vivimos en una cultura donde, exceptuados muy pocos ejemplos, los hombres son lo que mandan, y la pobre se había sometido toda la vida al esposo, aceptando estoicamente su mal carácter y su maltrato verbal. Aunque a muchos les puede parecer exagerado, les puedo asegurar que un gran porcentaje de mujeres ceden frente a tal situación, y viven relaciones desquiciadas donde predomina el hábito de la agresión, sin tener el coraje de ponerle punto final.
Llorando, me dijo entre otras cosas que el psiquiatra donde la había llevado la hija, le diagnosticó una “conducta masoquista”. La pobre mujer, que asociaba tal conducta con mujeres vestidas de cuero y látigo en mano, se preguntaba asustada si no tendría algún grave y vergonzoso trastorno del cual no tenia conciencia. (Según definición del diccionario, masoquistas son los buscadores del dolor, porque disfrutan con él)
Mantuve bajo control mi justificada indignación, y le expliqué que éstos eran términos que a veces se utilizaban a la ligera. Le hice entender que, culturalmente, las mujeres tendemos a callar y aceptar, y ella no era la excepción. Obviamente, era un error que debía corregir, pero esto no significaba que sufría alguna perturbación psíquica.
La práctica de tachar como masoquistas a las mujeres que participan en relaciones enfermizas ha sido durante mucho tiempo una salida oportuna para la psicología y la cultura. Se trata de un intento muy cómodo, de explicar por qué muchas mujeres caen en un comportamiento de abnegación y sumisión en sus relaciones con los hombres. Al ser educadas, las mujeres aprendemos desde muy temprano ese comportamiento, y por él se nos elogia y recompensa. Pero ¿cómo justificar esta paradoja? Pues el comportamiento que hace de una mujer un ser vulnerable a los malos tratos es el mismo que le han enseñado desde que tiene uso de razón, como femenino y elogiable. El concepto de masoquismo es muy peligroso porque confirma que «eso es lo que realmente quieren ellas», y así se justifica la agresión. La costumbre de asustar a un ´paciente por medio de términos altisonantes, utilizados para expresar sabiduría, debe ser cambiada por explicaciones sencillas y coherentes. En este caso, con analizar un poco la educación conservadora de la señora, resultó muy sencillo comprender por qué soportaba el trato demoledor del marido. No resultó tan sencillo restaurar su autoestima y hacerle comprender que ella y solo ella podía cambiar la situación, pero se logró. Reforzada por la terapia, un buen día se giró hacia el marido y cortó en seco el monólogo de insultos con un cortante ¡basta! Luego, manteniendo bajo control la ira, le soltó todo lo que había acumulado durante treinta años. El hombre quedó tan sorprendido, que al momento no pudo ni reaccionar. Lo hizo luego, obviamente, pero el primer paso estaba dado, y ella le mantuvo cabeza valientemente, y con el tiempo, hasta llegó a sugerir una separación. Inteligentemente, él comprendió que algo muy grave amenazaba la comodidad de su inminente viejez, y comenzó a cambiar actitud. Han pasado dos años desde que conocí a esta dama, y hoy día ella y el esposo gozan de una relación bastante equilibrada, ya que él comprendió que no podría seguir maltratándola sin perderla.
Llorando, me dijo entre otras cosas que el psiquiatra donde la había llevado la hija, le diagnosticó una “conducta masoquista”. La pobre mujer, que asociaba tal conducta con mujeres vestidas de cuero y látigo en mano, se preguntaba asustada si no tendría algún grave y vergonzoso trastorno del cual no tenia conciencia. (Según definición del diccionario, masoquistas son los buscadores del dolor, porque disfrutan con él)
Mantuve bajo control mi justificada indignación, y le expliqué que éstos eran términos que a veces se utilizaban a la ligera. Le hice entender que, culturalmente, las mujeres tendemos a callar y aceptar, y ella no era la excepción. Obviamente, era un error que debía corregir, pero esto no significaba que sufría alguna perturbación psíquica.
La práctica de tachar como masoquistas a las mujeres que participan en relaciones enfermizas ha sido durante mucho tiempo una salida oportuna para la psicología y la cultura. Se trata de un intento muy cómodo, de explicar por qué muchas mujeres caen en un comportamiento de abnegación y sumisión en sus relaciones con los hombres. Al ser educadas, las mujeres aprendemos desde muy temprano ese comportamiento, y por él se nos elogia y recompensa. Pero ¿cómo justificar esta paradoja? Pues el comportamiento que hace de una mujer un ser vulnerable a los malos tratos es el mismo que le han enseñado desde que tiene uso de razón, como femenino y elogiable. El concepto de masoquismo es muy peligroso porque confirma que «eso es lo que realmente quieren ellas», y así se justifica la agresión. La costumbre de asustar a un ´paciente por medio de términos altisonantes, utilizados para expresar sabiduría, debe ser cambiada por explicaciones sencillas y coherentes. En este caso, con analizar un poco la educación conservadora de la señora, resultó muy sencillo comprender por qué soportaba el trato demoledor del marido. No resultó tan sencillo restaurar su autoestima y hacerle comprender que ella y solo ella podía cambiar la situación, pero se logró. Reforzada por la terapia, un buen día se giró hacia el marido y cortó en seco el monólogo de insultos con un cortante ¡basta! Luego, manteniendo bajo control la ira, le soltó todo lo que había acumulado durante treinta años. El hombre quedó tan sorprendido, que al momento no pudo ni reaccionar. Lo hizo luego, obviamente, pero el primer paso estaba dado, y ella le mantuvo cabeza valientemente, y con el tiempo, hasta llegó a sugerir una separación. Inteligentemente, él comprendió que algo muy grave amenazaba la comodidad de su inminente viejez, y comenzó a cambiar actitud. Han pasado dos años desde que conocí a esta dama, y hoy día ella y el esposo gozan de una relación bastante equilibrada, ya que él comprendió que no podría seguir maltratándola sin perderla.
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