El “victimismo” lleva
al ser humano a culpar al entorno por los problemas que sufre, y termina
convirtiéndose en una forma de vida.
El creernos víctimas constantes
de todas las cosas malas que nos pasan, hace que nos justifiquemos por la
inercia y la falta de iniciativa que nos permitiría cambiar las circunstancias
negativas que estamos viviendo.
Si queremos sanar y
evolucionar, si queremos darle a nuestros hijos ejemplos constructivos, debemos abandonar este rol que nos ha permitido, en definitiva, utilizar
nuestras heridas como un medio para manipular y controlar, y asumirlas más bien
como un desafío, como un medio para crecer.