viernes, 24 de junio de 2011

Amor romántico

Sucedió. Lo conociste y Cupido lanzó una flecha tan penetrante que nada ni nadie hubiesen podido arrancarla de tu corazón, y a él le pasó lo mismo. Las sensaciones llegan a niveles de fiebre; alcanzan una intensidad abrumadora. La relación parece una droga euforizante; es lo que muchas personas llaman estar «en el séptimo cielo». Nuestro cuerpo comienza a producir sustancias que ayudan a aumentar la sensación de flotar en un mar de nubes rosadas y algodonosas.
La fantasía común de estos momentos especiales, es que este estado de gracia durará toda la vida. No es para menos: siempre hemos escuchado que el amor romántico tiene un mágico poder que nos hará eternamente felices.
Tener relaciones sexuales estando en esta dimensión única, es lo más celestial que puede suceder, e irse a vivir juntos al mes de haberse conocido, lo más normal del mundo.
Ambos sienten que se ganaron el premio gordo.
En estos momentos, es muy difícil comprender que cuando un romance avanza a velocidad tan vertiginosa, hay peligro de caer directamente en un barranco.
Es que estas dos personas, no han pasado por el proceso normal de ir descubriéndose mutuamente, porque no ha habido el tiempo suficiente.
Se necesita ir más despacio para que lleguen a un nivel de confianza y sinceridad, base indispensable de una relación sólida. Por más fascinantes que puedan ser, los romances arrolladores tienden a ofuscar a quién los vive.
Para poder ver realmente quién es nuestro nuevo compañero, la relación tiene que avanzar con más lentitud, a un ritmo donde funcione también la cabeza, el razonamiento lógico y la intuición, y no sólo el corazón y los sentidos.
Hace falta cierto tiempo para ver a las otras personas de una manera realista, sin anteojeras rosadas, para poder reconocer y aceptar tanto sus virtudes como sus defectos. Las corrientes emocionales presentes en un amorío apresurado, son de una rapidez y una fuerza tales que ofuscan las percepciones de los enamorados, los cuales se apresuran a rechazar cualquier sombra que empañe la imagen «ideal» del objeto de su amor.
Es lo que pasa cuando están imperando los sentidos: lo que cuenta es cómo hace sentir la otra persona, los sentimientos que desencadena, por lo tanto, la conclusión es que si nos hace “sentir” maravillosamente bien, él o ella por fuerza “debe” ser especial. Por esto nos creemos todo lo que cuenta, asumimos que fue una víctima y nos lanzamos al rescate sin pensarlo; tratamos de satisfacer de inmediato sus deseos y nos desvivimos para verlo feliz.
¿Quién es capaz de ver defectos bajo éste estado de ánimo?
Pero, a veces, la magia que se creó en el primer encuentro, poco tiene que ver con lo que realmente son las dos personas Hay docenas de cosas que pueden exaltar súbitamente los sentidos: la gracia elegante como ella se mueve, la desenvoltura de él al ordenar una comida en el restaurant. La forma de mirar cautivadora, el carisma que exuda, su tono pausado… Con los sentidos enervados, poco importa el resto. Pero es que el resto es lo más importante, pues nada de lo anterior nos habla de sus defectos o sus virtudes. De cómo maneja la rabia, de su honestidad, o de si será capaz de comprender, solamente mirando a los ojos de alguien. La voz de los sentidos no nos dice si será fiel, si es verdad lo que cuenta de la pareja anterior, si es cumplidor y sincero o si podemos confiar…
Tampoco quiero decir que cualquier idilio que marche a un ritmo acelerado está destinado al fracaso. Es obvio que una relación que se inicia con un caudal enorme de emoción y entusiasmo puede resultar maravillosa. Pero es bueno recordar siempre que somos humanos, y por ello sujetos a mostrar la mejor parte de nosotros mismos para ser aceptados. Si además estamos tratando de conquistar a una pareja, bueno, hay quién cree que en esta etapa todo es válido… Así que, si al conocer a alguien sentimos un arrollador sentimiento romántico que nos lleva a querer entregarnos alma y cuerpo, es mejor estar muy alerta, porque nos podemos llevar grandes y desagradables sorpresas.

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