Los seres humanos tenemos dos opciones para enfocar ciertas
situaciones: desde el amor o desde el ego. Lamentablemente, casi siempre
dejamos que sea el ego el que domine. En una discusión siempre creemos tener la
razón (sino la discusión no se formaría). Nos aferramos a nuestra posición sin
pensar en las consecuencias, y así se rompen relaciones de parejas, familiares,
de amistad. En el momento de la rabia, esto no nos importa mucho. Tenemos la
razón y punto. Y no digo que no la tenemos, la reflexión es ¿estamos
verdaderamente dispuestos a
alejarnos de la persona con la
que estamos discutiendo? Es ahí cuando debemos pensar un poco y ver si el ego
nos está obligando a dar un paso del que pronto estaremos arrepentidos.
Y este “pronto” puede que sea ya demasiado tarde.
Porque nuestro “contrincante” también
tiene su medida de ego, y puede no estar dispuesto ya a pactar.
¿Estoy sugiriendo ofrecer la otra mejilla y dar la razón al
otro porque sí? ¡En absoluto!
En primer lugar, hay seres con los que no vale la pena
discutir, porque no son tan importantes en nuestras vidas como para gastar energías en ello. Actuando desde el amor, los
bendecimos y seguimos adelante sin engancharnos.
Pero si esta persona hace parte de nuestro círculo íntimo, sugiero
que en el momento de la rabia, nos centremos en el ser con el que estamos discutiendo: nuestro
compañero, o hijo, o hermano, o amigo…. Es alguien a quién amamos, y a quién el
ego nos está empujando a herir profundamente con nuestras palabras. Es el
momento de respirar profundamente y razonar.
Es el momento de preguntarnos ¿quiero actuar desde el ego o
desde el amor? Y dar el ejemplo diciendo que no estamos en la mejor disposición
de ánimo para aclarar la situación.
Más tarde podremos
hacerlo, pero ambos desde la calma, la paz.
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