Honrar
a nuestros padres cuando ya somos adultos implicará despedirnos de ellos, con
profundo respeto y agradecimiento por la Vida recibida a través de los dos;
mirar hacia adelante apostando a nuestros sueños y viviendo con plenitud.
Hay hijos exitosos e independientes que sienten mucha angustia y enojo cada vez que visitan a su madre, pues al contarles sobre sus decisiones, ella no las aprueba, o juzga por lo que ellos elijen.
El hecho de habernos ido de nuestra casa paterna, casarnos, tener hijos, trabajar y sostenernos económicamente no significa que vivamos desde un estado “adulto”. Volvernos adulto implicará, además, despedirnos de nuestros padres.
Y, ¿qué significa esto de despedirnos de nuestros padres?
Pues significa despedirnos de los reproches hacia ellos, despedirnos de que nos aprueben o no lo que elegimos, despedirnos de juzgarlos cómo nos han educado o qué hicieron con nosotros. Claro que para lograr esta “despedida”, será necesario previamente elaborar todas las heridas que hayan quedado en nuestro interior, pues de lo contrario, al haber quedado atrapadas en nuestro mundo interior, en nuestro cuerpo, estas emociones se seguirán manifestando en nuestra vida, en los nuevos vínculos que vayamos generando, especialmente en nuestras parejas, ya que es un vínculo tan íntimo donde nos espejamos y podemos vernos y reconocernos a nosotros mismos.
También deberemos despedirnos de las expectativas que aún tenemos hacia ellos, comprendiendo ahora que ellos no pueden ser de otra manera, por su propia historia y destino, por su lealtad a sus vínculos ancestrales. Comprendiendo que cada uno es como es, y que nosotros no tenemos derecho de querer cambiar a nadie. Después de todo, uno también puede darse cuenta que gracias a como fueron nuestros padres, fue posible crecer, desarrollarnos, y ser aquel que somos hoy. Lo difícil nos permite crecer.
A veces es necesario aprender a vincularse con ellos de una manera que no nos haga mal, es decir, si contarle mis decisiones me hace mal porque siento que no soy aceptada, pues debo aprender a no contarlo! Es decir, dejo de esperar que mi madre sea diferente a como es y responda como yo necesito; y me hago cargo de mi mismo/a de manera adulta. ¿Cómo? si esto me hace mal, dejo de hacerlo, ya no espero que cambien o sean diferentes, acepto que son como pueden, y yo desde mi estado adulto, elijo no contar porque su desaprobación me hace mal.
Este trabajo con nuestros vínculos primarios es un proceso de purificación que nos suele llevar tiempo; personalmente, a veces me descubro a mí misma queriendo sanar y salvar a mi madre, ¡aun conociendo que no es mi lugar! Gracias a que he aprendido a reconocer mis emociones, ahora puedo darme cuenta, respirar profundo y volver a mi lugar de hija diciendo internamente: "tu por ti; y yo por mi, querida mamá", "gracias por ser como eres, pues así pude crecer"
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